lunes, 3 de marzo de 2008
Este loco mundo globalizado y sus trampas
martes, 23 de octubre de 2007
Entender a Latinoamérica o a Hispanoamérica, ¿Da lo mismo?
América Latina es una denominación histórica y geográficamente imprecisa, que los españoles suelen rechazar, pues dan preferencia a Hispanoamérica (el conjunto de los países que surgieron de la colonización española) o Iberoamérica (el mismo conjunto incluyendo a Brasil, colonizado por los portugueses). Hemos de convenir que estas últimas denominaciones son bastante más precisas, puesto que excluyen países caribeños de colonización francesa, como Haití, y aun los territorios francohablantes de Canadá, a los que, de todas formas, no se suele considerar latinoamericanos.
Sin embargo, en las costas occidentales del océano Atlántico se prefiere, por razones que enseguida veremos, hablar de América Latina, a raíz de lo cual los estadounidenses llaman genéricamente latinos a los inmigrantes procedentes del sur del río Bravo. Cierta vez me contaron de una chica norteamericana que había optado por matricularse en un curso de latín en la universidad porque pensaba que le resultaría "muy útil para cuando viajase a Sudamérica", donde ella creía que se hablaba esa lengua.
La preferencia de los americanos hispanohablantes (o lusohablantes) por la expresión América Latina tiene razones políticas e históricas que arrancan del siglo XIX, pero la palabra latino es mucho más antigua: para conocer su origen tenemos que remontarnos a los tiempos de la Guerra de Troya, ocurrida hace más de 3000 años. Es una historia que vale la pena conocer.
En aquella época, Latinus era el rey de los aborígenes , primitivos pobladores de la Península Itálica. Cuenta la leyenda que cuando Eneas llegó fugitivo a la costa italiana, después de la toma de Troya por los aqueos, fue acogido con su familia por Latinus. En la familia de Eneas estaba su hijo Iulo, quien, según la leyenda, fue el fundador de la familia Iulia, en la que tres o cuatro siglos más tarde nacerían Rómulo y Remo, los míticos fundadores de Roma, y unos siete siglos después, Julio César.
Otra leyenda cuenta que Latino había guerreado contra Eneas y que, muertos ambos, los tirios y los aborígenes decidieron unirse para formar un nuevo pueblo, al que dieron el nombre del rey Latinus.
Más allá de la milenaria leyenda, lo cierto es que el nombre latinus lo tomaron los romanos para sí y para su lengua y cultura que, con el apogeo del imperio, se extenderían desde el norte de España hasta lo que hoy es Rumania.
Tras la caída del Imperio Romano, la lengua latina fue adoptando diversas formas en los territorios del antiguo dominio de los césares, dando lugar al gallego-portugués, al castellano, al aragonés, al leonés, al catalán, a la lengua de Oc, al francés, a las incontables lenguas de la península itálica, al rumano, al sardo y a muchos otros idiomas de numerosas regiones cuya enumeración sería inagotable: eran las lenguas romances o latinas.
Unos siglos más, y los españoles y portugueses se lanzaron a los mares en busca de nuevas tierras, principalmente hacia América, aunque los hispanos llevaron la suya también al norte de África y a las Filipinas, y los portugueses a Macao, donde dieron origen a nuevas palabras del idioma chino, que perduran hasta hoy.
De las otras lenguas latinas o romances, los franceses llevaron la suya a Haití y al Canadá y los italianos a Etiopía. Todos estos países fueron llamados latinos por sus lenguas, que se derivaban de un tronco común, por su historia y por su cultura.
Los pueblos colonizados por España se llamaron hispanoamericanos, denominación que se emplea hasta hoy, especialmente en la Península Ibérica. Sin embargo, razones históricas y políticas han llevado a que en América se prefiera la denominación América Latina o Latinoamérica. En realidad, hasta comienzos del siglo pasado eran muy pocos los lazos entre los países hispanoamericanos y sus vecinos nacidos de otras colonizaciones latinas –como Brasil, Haití, las Guayanas y los canadienses de Quebec.
La expresión Amérique Latine fue creada hacia 1861, cuando Napoleón III se disponía a invadir México para imponer al emperador Maximiliano a fin de contener el avance de Estados Unidos, una política que requería poner de relieve elementos de identidad cultural entre los franceses y los hispanoamericanos. El diputado francés Michel Chevalier, uno de los más cercanos colaboradores de Napoleón III, acuñó entonces esa denominación.
Maximiliano fue depuesto por Benito Juárez y fusilado en 1867, pero el nombre creado por los franceses prevaleció como elemento cultural que une a los países iberoamericanos, la antigua Guayana francesa y Haití.
La emergencia de una izquierda socialista y anarquista hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX tal vez pueda explicar el éxito que tuvo fuera de España la expresión América Latina, que permitía marcar la diferencia con los Estados Unidos y, al mismo, tiempo, evitar la connotación peninsular del vocablo Hispanoamérica.
El uso corriente de la denominación América Latina cuenta hoy con la comprensión de los intelectuales españoles de mayor relevancia y de la Academia Española, contra la opinión del ya fallecido premio Nobel Camilo José Cela, quien en su acendrado eurocentrismo siempre se negó a admitir esa expresión. Cela ponía el acento en la imprecisión del término, pero desconocía la voluntad y el uso preferencial de los latinoamericanos.
El término se impuso también en Estados Unidos, donde latin es hoy por lo menos tan usado como hispanic para designar a los inmigrantes del sur, lo que puede explicar la confusión de la estudiante estadounidense.
Hoy, a pesar de su imprecisión, América Latina y Latinoamérica son expresiones consagradas no sólo por el uso de los hablantes, sino también por la prensa, la sociopolítica y la Economía, y aun por el nombre de prestigiosos organismos internacionales, como, por citar un ejemplo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), creada en 1948 por las Naciones Unidas.
jueves, 11 de octubre de 2007
La Literatura tiene nueva Nobel
La británica había ganado ya en 2001 el Premio Príncipe de Asturias, el Premio Dupont Pluma de Oro en 2002, el Mondillo de Italia en 1985 y, en 1971 fue finalista del The Broker Prize entre otros tantos reconocimientos a lo largo de su carrera literaria en la que comenzó a publicar en 1950.
La academia ha reconocido la capacidad de la autora para retratar «la épica de la experiencia femenina, y su escepticismo y fuerza visionaria con la que ha examinado una civilización dividada». Lessing, divorciada dos veces, dice «soy intolerante con las ideologías» y, a propósito de sus divorcios y las ideologías afirma sin tapujos que «el matrimonio es un estado que no me conviene»
Así pues, esta gran autora, de quien puedo recomendar «Si la vejez pudiera» de 1984, «Un paseo por la sombra» publicada en 1997 y «Regreso a casa» de 1957 y donde denuncia de manera magistral los atropellos del apartheid en Sudáfrica; ganó el Nobel de este año contra todo pronóstico, como se dice en el argot deportivo. Los favoritos de este año eran escritores como Vargas Llosa, Kundera, Claudio Magris, Paul Auster, y John Updike, aunque sonaban fuerte Antonio Tabucchi, Philip Roth, el coreano Ko Un y Amos Oz.
martes, 9 de octubre de 2007
Despropósito Rojo
sábado, 6 de octubre de 2007
¿El origen, acaso?
Gretchen Small, en un artículo publicado en la página del Instituto Schiller, dice «Cualquiera haya sido la importancia de su conducción en la reacción a la revolución de 1848 en Europa durante su vida, después de su muerte, Donoso desempeñó un papel decisivo en la creación del fascismo en el Viejo Continente en la primera mitad del siglo 20, a través de la obra de su admirador Carl Schmitt, jurista del régimen nazi. Empezando por lo menos en 1922, Schmitt se dio a la tarea de revivir la obra de Donoso como uno de los tres pensadores necesarios para la Filosofía política de la contrarrevolución, como Schmitt tituló un ensayo que publicó ese año. Schmitt le acreditó a Donoso el haber llegado a conclusiones más profundas que su predecesor filosófico, el ideólogo sinarquista Joseph de Maistre, otro de los tres "pensadores" considerados por Schmitt como decisivos para la contrarrevolución, junto con Louis de Bonald, supuesto padre del tradicionalismo.»
Así pues, que este Marqués de Valdegamas, como era, promulgó uno de los discursos más seguidos por las mentes políticas fascistas y de izquierda, desde el siglo pasado. Quizá, en Venezuela, y en muchos otros países de Latinoamérica especialmente, le debamos mucho de lo que se ha vivido o se vive actualmente, a este hombrecito locuaz.
A continuación parte del discurso que le hiciera, para nuestra desdicha, famoso.
[...] en la política interior, la legalidad, todo por la legalidad, todo para la legalidad, la legalidad siempre, la legalidad en todas circunstancias, la legalidad en todas ocasiones; y yo señores, que creo que las leyes se han hecho para las sociedades y no las sociedades para las leyes, digo: la sociedad; todo para la sociedad, todo por la sociedad, la sociedad siempre, la sociedad en todas circunstancias, la sociedad en todas ocasiones.
Cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad, cuando no basta, la dictadura. Señores, esta palabra tremenda, que tremenda es, aunque no tanto como la palabra revolución, que es la más tremenda de todas; digo que esta palabra tremenda ha sido pronunciada aquí por un hombre que todos conocen [refiriéndose a él mismo]; que no ha sido hecho por cierto de la madera de los dictadores. Yo he nacido para comprenderlos, no he nacido para imitarlos. Dos cosas me son imposibles; condenar la dictadura y ejercerla. Por eso lo declaro aquí, alta, noble y francamente. Estoy incapacitado para gobernar: no puedo aceptar el gobierno en conciencia; yo no podría aceptarlo sin poner en guerra mi razón contra mi instinto.
Digo, señores: que la dictadura en ciertas circunstancias, en circunstancias dadas, en circunstancias como las presentes, es un gobierno legítimo, es un gobierno bueno, es un gobierno provechoso, como cualquier otro gobierno; es un gobierno racional, que puede defenderse en la teoría como puede defenderse en la práctica. Y si no, señores, ved lo que es la vida social. La vida social, señores, como la vida humana, se compone de la acción y la reacción, del flujo y el reflujo, de ciertas fuerzas invasoras y de ciertas fuerzas resistentes. Ésta es la vida social, así como ésta es también la vida humana. [...] Pues bien; yo digo que no existiendo las fuerzas resistentes, lo mismo en el cuerpo humano que en el cuerpo social, sino para rechazar las fuerzas invasoras, tienen que proporcionarse necesariamente a su estado. Cuando las fuerzas invasoras están derramadas, las resistentes también lo están; lo están por el Gobierno, por las autoridades y por los tribunales, y en una palabra, por todo el cuerpo social; pero cuando las fuerzas invasoras se reconcentran en asociaciones políticas, entonces necesariamente, sin que nadie lo pueda impedir, sin que nadie tenga derecho a impedirlo, las fuerzas resistentes se reconcentran por sí mismas en una mano. Esta es la teoría clara, luminosa, indestructible de la dictadura.